POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Francisco Alberto Caamaño Deñó es sin quizás una de las figuras históricas de mayor trascendencia del siglo XX dominicano. 

Nació en la ciudad de Santo Domingo el día 11 de junio del año 1932, en el seno de una familia que con el paso de los años quedaría anclada en los resortes de poder de la tiranía trujillista, por los vínculos militares de su progenitor. 

Sus padres fueron doña Enerolisa (Nonín) Deñó Chapman, distinguida dama barahonera de ascendencia curazoleña, y de Fausto Caamaño Medina, un militar sanjuanero que llegaría a escalar las más altas posiciones dentro de las Fuerzas Armadas Dominicanas. 

Su padre  fue el único militar que no formando parte del círculo familiar de Trujillo llegó a ocupar, en la larga tiranía que este encabezó, la poderosa Secretaría de Estado de Guerra, Marina y Aviación. Antes fue Jefe del Ejército Nacional. 

Como militar primero y policía después, Francisco Alberto Caamaño Denó tuvo un desempeño normal, con pocos sobresaltos, si se exceptúa el sangriento hecho ocurrido el 28 de diciembre de 1962 en el paraje Palma Sola, en las montañas al norte del municipio de Las Matas de Farfán, en las profundidades del Sur, donde se les rendía culto al Espíritu Santo y a Olivorio Mateo y se hacían otras muchas cosas. 

Caamaño Deñó ingresó como guardiamarina en la Academia Naval de la Marina de Guerra, con 17 años de edad. Los 13 siguientes años no tuvo participación en eventos significativos, hasta los aludidos graves y sangrientos hechos de Palma Sola, donde fue herido de gravedad. 

Su gran salto a la historia, el que dividió el libro de su vida en un antes y un después, le llegó casi de sorpresa, en una primera escala, el 24 de  abril del año 1965, al encabezar la lucha de una parte importante del pueblo dominicano que decidió enfrentar a los que un año y meses antes derrocaron al gobierno democrático de Juan Bosch y  se encaramaron en el poder sin pasar por las urnas electorales.

Pocos días después su figura adquirió trascendentales perfiles heroicos al defender la soberanía dominicana ante los intrusos del “norte revuelto y brutal” (EE.UU.) que de nuevo invadieron el país, con la sinrazón de su fuerza poderosa y su soberbia sustentada en el músculo militar y la cuantía de su riqueza económica.

Como muy bien escribió el ilustre jurista y hombre de gran bagaje intelectual Jottin Cury, en el prólogo del libro titulado Caamaño frente a la OEA, al referirse a la guerra primero fratricida y luego patriótica de 1965: “Se sentía en el ambiente un cargante y sordo rencor contra los usurpadores…En esa jornada sin precedentes surgieron nombres que son ya patrimonio de la historia, y entre ellos, el de un joven militar que agotó su ciclo vital con suprema dignidad: ¡Francisco Alberto Caamaño Deñó!”1   

Las muchas jornadas bélicas en las que participó como líder militar en el 1965 fueron nimbando de gloria al coronel Caamaño Deñó. 

En la tarde del martes 27 de abril de 1965, en el Puente Duarte, sobre el río Ozama, en el lado oriental de la ciudad de Santo Domingo, cientos de bizarros combatientes constitucionalistas dirigidos por Caamaño, Montes Arache, Ilio Capozzi, Marte Hernández, Lora Fernández y Héctor Lachapelle Díaz  derrotaron a las tropas que desde San Isidro dirigían, entre muchos otros, el bayaguanero Elías Wessin y Wessin, el samanés Pedro Bartolomé Benoit y el descubiertense Granpolver Medina Mercedes.  

Dicho lo anterior a pesar de que desde horas tempranas de la mañana de ese día los aviones que partían de la base aérea de San Isidro mantenían un bombardeo constante, de manera indiscriminada, sobre la ciudad de Santo Domingo.  

Es pertinente decir que en esa ocasión, por órdenes del comodoro Francisco Rivera Caminero, varios barcos de la Marina de Guerra se sumaron a los bombardeos antipatrióticos desde la costa caribeña que cubre el flanco sur de la capital dominicana; añadiéndole a eso que una gran cantidad de tropas de infantería con el apoyo de carros de combate amenazaban con penetrar a la zona bajo control de los combatientes constitucionalistas, atravesando el indicado puente. 

En ese momento estaban sobre aguas marinas dominicanas decenas de miles de soldados de infantería de la 82va. División Aerotransportada del Ejército de los Estados Unidos de Norteamérica, cuya poderosa base principal está en Fort Bragg, en el Estado de Carolina de Norte. 

Esos invasores estadounidenses estaban apertrechados con una apabullante panoplia, con artillería ligera y de grueso calibre, así como tanques de guerra, aviones, helicópteros y diversos tipos de barcos de combate.  

Los múltiples triunfos de los patriotas constitucionalistas dominicanos, dirigidos por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, contra las tropas criollas al servicio de los golpistas que derrocaron en septiembre de 1963 al presidente Juan Bosch, y que estaban bajo la tutela del aparato militar de los EE.UU., provocaron pánico y gran alarma entre los que se negaban a aceptar la voluntad de libertad del pueblo dominicano.

Prueba al canto sobre lo anterior. En un documento desclasificado de los archivos del Departamento de Estado de los EE.UU. aparece un cable cifrado despachado desde Santo Domingo a las 5:16 de la tarde del miércoles 28 de abril de 1965, dirigido  por el embajador estadounidense William Tapley Bennett al Secretario de Estado Dean Rusk, en el cual en resumen le informaba lo siguiente: 

“…Situación deteriorándose rápidamente. Pilotos San Isidro cansados y desalentados…cantidad de oficiales llorando. Benoit solicita formalmente tropas Estados Unidos. El equipo del país unánimemente considera que ha llegado el momento de desembarcar los “marines”.Vidas norteamericanas están en peligro…Yo recomiendo desembarco inmediato.”2  

 El día 3 mayo de 1965 el Congreso Nacional, en una sesión histórica y extraordinaria, designó al coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, de 32 años de edad, como presidente Constitucional de la República Dominicana.

 En su libro Diario de la Guerra de Abril de 1965 el famoso periodista y escritor de origen polaco Tad Szulc, corresponsal internacional del periódico New York Times, al referirse a esa trascendental decisión de los legisladores dominicanos expresó lo siguiente:  

“Marte 4 de mayo. “El coronel Caamaño, uno de los dos oficiales propuestos por Bosch para sucederle, fue escogido por una mayoría abrumadora “Presidente constitucional” de la República Dominicana hasta la expiración del mandato del expresidente en febrero de 1967.”3  

Su condición de Presidente de la República, por mandato constitucional, nunca impidió que Caamaño participara en los combates librados contra las tropas invasoras, que cada día aumentaban en personal y armamentos.  

Está claro que él, con su conocida audacia, aparcaba la estrategia del mando superior y les daba prioridad a los detalles de los combates, en el marco de las apremiantes circunstancias que se vivían en aquellos momentos. Es un aspecto discutible en las ciencias militares que el comandante exponga su vida en el fragor de las confrontaciones bélicas. 

Frente a la tenacidad del presidente Caamaño y los miles de dominicanos que lo seguían en la defensa de la patria, ocupada por botas extranjeras auxiliadas por unos cuantos vendepatria, los EE.UU. decidieron no escatimar recursos militares porque temían sufrir una nueva derrota en El Caribe. Con el aumento de marines y armas violaron un acuerdo que se había firmado conjuntamente con la tristemente célebre OEA. 

El eminente Jottin Cury, canciller del gobierno constitucionalista, en un cable internacional divulgado al mundo el 13 de mayo de 1965 expresó que: “En este momento Santo Domingo es escenario de eventos trágicos y está en inminente peligro de destrucción. Esta mañana las tropas norteamericanas avanzaron sobre la ciudad desde su posición, la llamada “zona de seguridad” fijada según el Acuerdo de Santo Domingo…”4  

Una serie de sucesos de alta política motivaron que exactamente 4 meses después de su designación el coronel Caamaño renunciara, el 3 de septiembre del referido 1965, a la presidencia de la República, luego de que se firmara el Acto Institucional y el Acta de Reconciliación Dominicana. 

En esa ocasión, teniendo como escenario el Parque Independencia, Caamaño Deñó leyó un discurso de despedida con una entrada digna de figurar en las antologías sobre lecciones de democracia: 
“Porque me dio el pueblo el poder, al pueblo vengo a devolver lo que le pertenece. Ningún poder es legítimo si no es otorgado por el pueblo, cuya voluntad soberana es fuente de todo mandato público.” Y concluyó así: “Juramos luchar por la unión de todos los sectores patrióticos para hacer a nuestra nación plenamente libre, plenamente soberana, plenamente democrática.”5