De José Rafael Vargas
Cuando se marcha una maestra que al mismo tiempo podía servirnos de madre, sentimos que se va una parte de nosotros.
La quería, la adoraba, porque a su condición privilegiada de maestra, agregaba su calidad humana.
Era dulce, alegre, inteligente y tenia la virtud de inspirar respeto.
Imponía su sello con una sonrisa.
Creaba confianza por su seguridad al enseñar y acompañaba al alumno hasta que lograra comprender su clase.
Tuvimos suerte de tener maestros, no docentes, que amaban lo que hacían y que tenian en el joven educando la razón esencial de su carrera y de su vida.
Siempre admiré a la profesora Australia. Fue de esas maestras que entregaron su juventud a la escuela, a los jóvenes, al país, sin nunca ser recompensados.
Este domingo recien pasado, recibimos la triste noticia de su partida.
Dije entonces que se apagaba la madre, la abnegada educadora, la mujer modelo que a todos nos dejó una marca.
Cada vez que la vi en vida le di mi cariño, mi admiración y respeto.
Y con ella a todos mis maestros, desde la primera infancia hasta mi vida profesional.
Los mocanos debemos mucho a la profesora Australia, que ahora se despide con la misma discreción con la que vivió.
Pero una maestra de su estirpe nunca muere , porque permanece para siempre en nuestros corazones.
Dios la guíe a su reino, porque aquí en la tierra se ganó el amor de todos.